18 G. DE LA FOUCHARDIERE
—¡Yo no te pido nadal- replicó Buif indigna-
do—. ¡Detente, hombre! Se trata de que vayas a la
gendarmería de Maisons y digas que venga una
pareja inmediatamente.
—¿Para qué? —preguntó, desconfiado, el ciclis-
ta, pues Bicard no tenía aspecto de un persona-
je que moleste a los gendarmes, a menos que no
sea para efectuar su propia detención (pero en este
caso es raro que el interesado los mande llamar
espontáneamente).
Bicard quedó un momento indeciso.
—Parece demasiado curioso, y si le digo la ver-
dad querrá ver el cuadro, y no acabaremos nunca.
Buscó, pues, un pretexto y encontró varios que
se puso a enumerar sucesivamente.
—Le dirás a los gendarmes que me han robado
la cartera... No, diles que hay un señor que se ha
sentido enfermo en el Parque... y que está en una
posición interesante... ¡Se encuentra muy grave el
tal señorl... O mejor es que les digas a los gendar-
mes que les llama el conde Lardiilon de Lestriviére
con motivo de un robo.
Hay que suponer que el ciclista era un cándido,
pues montó en su bicicleta y contestó simplemente:
—Bueno, allá voy.
En Francia hay una infinidad de gentes muy
amables que ruedan por las carreteras.
Lo difícil es tropezar con ellas.
Bicard volvió junto a Wilson, al que encontró
encendiendo una pipa y al que reconvino con du-
da a Arc
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