198 G. DE La FOUCHARDIERE
para tranquilizar a la mujer, lanzar al vacío unas
cuantas invectivas:
—¡Acércate un poco, cobarde! ¡No tienes nece-
sidad de ocultarte, granujal ¡Sal de tu agujero y
nos veremos las caras! ¡Vamos, aquí te espero yol
Entretanto, la señora de Hexam mostraba en su
terror la más absurda obstinación.
— ¡Por Dios, márchensel Si él me ve hablarles,
estoy perdida... Hagan una cosa: vengan dentro de
una hora, que será por completo de noche; yo no
encenderé la luz y así podré decírselo todo.
No era posible negarse. Lafrita empujó a Buif de-
lante de él y ambos se encontraron en la carretera.
—Parece que está un poco tocada—sentenció
Bicard -—. No hay que enfadarse por esto, Es una
pobre mujer que ha perdido sus hombres: le han
cortado uno en pedazos y al otro se lo meten en
la cárcel... Se ha quedado viuda por todas partes:
Y, claro, eso le ataca al sistema, la preocupa y tie-
ne motivos sobrados para estar como está.
Lafrita parecía preocupado.
—Bueno, ¿qué hacemos?—dijo el Buif—. Yo
creo que no nos queda más que volver a París,
pues nó tenemos ya nada que hacer aquí.
—De ninguna manera... Yo quiero saber a qué
atenerme. Esa mujer nos ha dicho de volver den-
tro de una hora, y aunque sólo tuviéramos una
probabilidad contra ciento de averiguar algo...
—¿Entonces nos vamos a quedar de plantón
aquí en la carretera?