60 G. DE LA FOUCHARDIERE
do a mis clientes... pero yo no lo quiero ni gratis.
Me dan ganas de apostar algo por Remue-Menage...
Es seguro que ganará. Además, no me gustan los
caballos cuyas propietarias son señoras: Clara Pro-
cureur, Mme. Ricatti, Camila Blanc...
Y Buif se dirigió nada menos que a la taquilla
de 50 francos.
¿Has visto—dijo uno de los policías la man-
cha que lleva en la manga del abrigo? Parece de
sangre.
—Sí, sí la he visto... ¡Pero si está apostando
cincuenta francos! ¿Lo detenemos? ¿Para qué va-
mos a esperar que terminen las carreras?
—Espera... No tengas tanta prisa... ¿No te pare-
ce que es un tipo que realmente debe conocer mu-
chas martingalas? A los jockeys los conoce, puesto
que ha matado a uno... Desde el momento que
apuesta cincuenta francos por el once, es que va a
ganar... ¿Llevas dinero encima?
—Quince francos justos,
— Y yo, nueve setenta... Podíamos arriesgar
veinte francos... Allá voy... ¡No pierdas a nuestro
cliente de vista! l
Dos minutos después, nuestros detectives tenían
en el bolsillo cuatro billetes de cinco francos cada
uno, jugados a Remue Menage, ganador.
—¿Entonces esperamos que terminen las carre-
ras para detenerlo?
— ¡Claro!
Para seguir la carrera, Buif tué a apostarse en