An
100 ADELARDO FERNANDEZ ARIAS
decir, con «Willy Shell», a quien ella no conocía
personalmente, como yo no había conocido tampo-
co personalmente a «La Vampiresa», no pudo loca-
lizar hasta entonces a «Willy Shell» en persona; pero
espía astuta, al verme con aquel hombre que ella sa-
bía muy bien que pertenecía al «espionaje aliado»,
desconfió y, precavida, antes de sincerarse conmi-
go, esquivó el peligro que rápidamente hubiera po-
dido correr, si hubiese subido conmigo en mi auto-
móvil. Yo comprendí en seguida el proceso psicoló-
gico que se estaba desarrollando en el espíritu de
aquella mujer y con una gran naturalidad, la dije:
—Muy bien, yo también me alegro de dar un paseo;
nuestros abrigos de pieles nos resguardarán del frío
de la noche, porque, además, es una noche mag-
nífica.
—En Ginebra, realmente, el frío del invierno no es
tan intenso; el gran lago Leman mitiga el frío, hu-
medeciendo la atmósfera. Aquella era una noche de-
liciosa, estrellada; las luces de Ginebra y de Evian,
al otro lado del lago, se reflejaban en el agua, en
aquella superficie tersa y tranquila; Mizzi, que se
había colgado de mi brazo, apretándose contra mí,
iba rítmicamente al mismo compás de mis pasos y
con una marcha algo acelerada, para intensificar la
circulación de la sangre como defensa natural con-
tra el frío que nos rodeaba; caminamos por el Quai,
recorriéndolo fácilmente, porque nadie nos impedía
el paseo. Contadísimas personas se cruzaban con nos-
otros; Mizzi, apretándose felizmente contra mí, ex-
clamó:
—i¡Qué feliz soy al haberte encontrado! Y tú, ¿te
alegras?
Yo murmuré, sin mentir:
—Kí, me alegro también.
—«¿Estás en Ginebra de paso o vives aquí?
—Estoy de paso, ¿y tú?
—Yo estoy contratada en el Kursaal, ya lo has vis-