102 ADELARDO FERNANDEZ ARIAS
—Iremos en automóvil—se atrevió a decirme Miz-
zi, con voz algo velada.
Y después de una pausa me preguntó:
—¿Era tu automóvil el que nos esperaba a la puer-
ta del Kursaal?
—SÍ.
Volvió Mizzi a callar y me dijo después:
—Dime, yo quisiera que me escuchases todo lo que
tengo que decirte, después, cuando hayas oído mi
historia, júzgame y haz lo que quieras conmigo; pero
antes escúchame, ¿me comprendes? No procedas sin
escucharme; voy a entregarme a ti, con toda mi bue-
na fe, convencida de que por la memoria del amor
que me has tenido no has de proceder con -Mizzi, con
tu Mizzi, ¡a quien tanto tú has querido!, como quizá
procederías «con la mujer que soy», con la bailarina
«Inés López». ¿Me comprendes?
Claro que la comprendía; Mizzi, con el temor siem-
pre de que yo pudiera «tenderle una celada», hacién-
dole pasar la frontera en un automóvil para «entre-
garla», sostenía una lucha interna con ella misma y
siendo en ella más fuerte su buena fe en aquel mo-
mento y su deseo de revelarme la verdad de su Situa-
ción, al evocar como estaba evocando aquella pasión
de nuestra vida, se había decidido, con un gesto he-
roico, a entregárseme, fiada en mi caballerosidad de
hombre a quien ella había conocido antes de la gue-
rra, cuando no existían las tristes situaciones del
espionaje en que el destino nos había colocado a los
dos; y yo, para tranquilizarla, la dije:
—NOo sé realmente lo que me quieres decir, pero
tus palabras encierran un temor absurdo, una sos-
pecha infundada; está tranquila y está segura de
que vamos a marcharnos donde tú quieras, para evo-
car nuestro pasado y que hablemos; deseo, en efec-
to, que tú me cuentes tu vida desde que nos hemos
separado, yo también te explicaré la mía; quiero sa-
ber por qué yo te encuentro aquí ahora, exhibién-