130 ADELARDO FERNANDEZ ARIAS
Y pensé. Después de una pausa, Mizzi me pre-
guntó:
—Entonces, ¿qué vamos a hacer?
Yo dije:
—Hay que traer a la niña, por lo pronto, aquí, a
Suiza.
—¿Y cómo? No olvides que desde que te he encon-
trado «nuestro encuentro» debe estar ya en circula-
ción. Los agentes de los Imperios, a estas horas, ya
habrán comunicado a sus respectivas centrales de
información nuestro encuentro.
—No importa—exclamé yo—. Inmediatamente vas
tú a comunicar «a los tuyos» tu contacto conmigo.
Les dirás que, hasta ahora, has conseguido atraer-
me; que yo te deseé como mujer y que yo me he en-
tregado a ti como hombre; has procurado sondear-
me, tantearme, con una esgrima de digiteo, para
calcular mi fuerza de resistencia. Efectivamente, me
has encontrado firme. En tu hábil tentativa no con-
seguiste nada positivo, encontrando siempre «al hom-
bre, al macho»; pero nunca «al espía». Sin embargo,
te has apoderado casualmente con tanta fuerza de
mí que tienes toda la esperanza de «poder llegar a
lo que te propones». Tú sabes por mí que pronto re-
greso a Francia, y toda tu táctica va ahora a ser
tratar se conseguir que yo te lleve conmigo, pene-
trando en Francia. Decidida, valientemente, de mi
brazo, podrás hacer «servicios» definitivos. Pide «ins-
trucciones concretas» de «lo que tú puedes hacer en
Francia», solicita señas y datos precisos para que
te pongan en comunicación con los «agentes de en-
lace» que en Francia tengan los Imperios centra-
les, «por si consigues noticias de importancia que
requieran una comunicación urgente». ¿Me com-
prendes?
Mizi asintió. Escuchaba mis palabras y seguía in-
dudablemente con su fantasía toda la trayectoria de
a a mn