Full text: La princesa del transiberiano

—j¡Bravo, muy puntual! 
—Yo, que no llevo reloj nunca, según el consejo 
de Edison—exclamó míster Simpson—, soy de una 
puntualidad fantástica; quizá los que no llevamos re- 
loj somos más puntuales que «los otros», porque es- 
tamos siempre pendiente de la hora, mientras que 
los que usan reloj se confían en él. 
—Pues en seguida soy con usted. 
Míster O'Brien despachó con su secretario una nu- 
merosa correspondencia y después, sacando de su es- 
tuche un gran cigarro habano, se lo ofreció a John 
Simpson: 
—Gracias, no fumo cigarros... Solamente ciga- 
rrillos. 
—No sabe usted lo que se ahorra, en salud y en 
dinero. 
Y míster O'Brien, después de haber cortado la pun- 
ta del cigarro con un aparatito que llevaba en el bol- 
sillo del chaleco, tomó un encendedor eléctrico, su- 
jeto a uno de los costados de su gran mesa de despa- 
cho, y encendió el habano, dándole vueltas entre los 
labios y arrojando grandes bocanadas de humo. 
—Bueno, cuando usted quiera—exclamó. 
—Estoy a su disposición—respondió John Simpson. 
—Pues, vamos. 
En el automóvil, ligerísimo, aparatoso, magnífico,
	        
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