144 ADELARDO FERNANDEZ ARIAS
vez de combatir desmoralizado por los efectos de las
traiciones que los altos funcionarios rusos, de acuer-
do con nuestro servicio de espionaje realizaban al
atacar, bien organizado, como el Gran Duque Nico-
lás quería, es decir, en una ofensiva violenta, hu-
biese hecho imposible la resistencia de los Imperios
centrales en los dos frentes de una manera simul-
tánea, apretándonos entre la presión poderosa de dos
ofensivas agudas, y el fin de la guerra, para los alia-
dos, podría ser, «desde el punto de vista suyo», de
un lógico patriotismo y una gran idea de humanidad;
pero a ello se oponían los planes siniestros de los
grandes financieros de Downing Street, cuyas gran-
des especulaciones «necesitaban que la guerra dura-
se varios años».
— ¡Pero eso es horrible! —exclamé yo.
Mizzi me dijo:
—Es horrible, pero es real. La guerra han debido
ganarla los aliados hace tres años, pero el Intelli-
gence Service no ha querido.
-—¿Por qué?—pregunté yo.
Y Mizzi continuó explicándome:
—Dijo Mattesius en aquella ocasión, que cuando
en agosto de 1914 se dispuso que se hiciera un re-
cuento de las mercancías alimenticias que en aquel
momento existían en Alemania, cuando el Gobierno
alemán supo la escasez de víveres que nos amargaba,
encargó a Herr Gehemrat Frich, director de la Zen-
tral Einkauí Gesellschaft, para que fuese inmediata-
mente a Hamburgo, para celebrar una conferencia
secreta con Herr Ballin, el famoso armador de la
Hamburg-Amerika-Linie. Y de aquel acuerdo surgió
la gran sociedad que ha abastecido metódicamente
a los Imperios centrales.
—Si—exclamé yo, interrumpiendo a Mizzi—. Cuan-
do los americanos hemos entrado en la guerra, he-
mos exigido que Inglaterra no envíe más víveres a
los países escandinavos.