150 ADELARDO FERNANDEZ ARIAS
citado, por instrucciones mías, en diferentes puntos
de París; presos e incomunicados, sometidos a inte-
rrogatorios intensos, algunos confesaron los nombres
de sus cómplices, proporcionando documentos que
tenían; otros se negaron a confesar. Fueron obliga-
dos a decir dónde habitaban, y al hacerse los regis-
tros domiciliarios en sus casas, se les ocuparon im-
portantes documentos. Con aquella «redada» y aquel
«golpe», la «Segunda Oficina del ministerio de la
Guerra» francés entró en posesión de infinidad de
nombres de agentes que estaban comprometidos con
los Imperios centrales en Francia; todos fueron de-
tenidos, sometidos a un Consejo de guerra sumarí-
simo y ejecutados en el fatídico poste de Vincennes.
¡Claro! Aquel «golpe» «quemaba», como dicen los
franceses, en absoluto a Mizzi; desde aquel instante
Mizzi no podía «trabajar» ya más, porque solamen-
te «por Mizzi» podía haberse realizado aquel «golpe»
tan definitivo. Pero el Cuartel general y la «Segunda
Oficina del ministerio» me dijeron que ya aquel
«golpe» había sido tan importante, en unión de la
falsa maniobra que anteriormente se había realiza-
do, que para ello, durante el resto de la guerra, con-
sideraban a Mizzi «como una heroína», asegurán-
dome que no «trabajaría» más en el servicio de es-
pionaje. Desde entonces Mizzi se tranquilizó, porque
yo la garanticé que no habría de «trabajar» más en
aquel sentido hasta que terminase la guerra, y vi-
viría única y exclusivamente para mí, dedicada a mí,
a nuestra hija y viviendo con el único sobresalto de
lo que a mí me pudiera suceder. Pasó el tiempo; yo
tuve que ausentarme de París, necesité ir a Suiza
para ocuparme de los asuntos del Servicio; era cues-
tión de un par de semanas. Di a Mizzi instrucciones
para que no se alejase mucho del hotel, limitándo-
se a pasear en las horas centrales del día con Minka
y la niña, por el Bois de Boulogne, para respirar un
poco de oxígeno. Me fuí a Suiza, desde donde tenía