LA PRINCESA DEL TRANSIBERIANO 163
Y John, calló; encendió un cigarrillo más, sintién-
dose estragado después de varias horas de conver-
sación, de inmovilidad, de recuerdos. Eva y John
habían agotado todos los licores que, en las jarras,
ofrecieron al comenzar la noche la policromía de sus
colores variados; habían agotado los cigarrillos, que
cuando comenzaron la sesión, parecía que no iban a
agotarse nunca y después de otra pausa, volvió Eva
a preguntar:
-Entonces, ¿esa es toda la historia?
Esa es ¡toda la historia! - respondió John.
¿Y su novela?
—La novela la he escrito sobre esa historia. Claro
que tuve que fantasear, en muchas ocasiones, para
llenar lagunas que, en realidad, creaba y que le de-
bía al público; en la novela he acoplado algunas
realidades, he substituído otras; pero, en fin, a través
del hilo conductor de la historia que le he contado
bordé, como si fuera en un cañamazo, todos los de-
talles de mi novela; yo he contado a usted «la his-
toria», auténtica, real; no la novela; la novela, aho-
Ta que conoce usted la historia, Eva, de seguro ten-
drá interés en leerla. ¿No es así?
—Muchísimo.
—Pues cuando la lea, irá apreciando la diferencia
entre la realidad y la fantasía y me perdonará la
fantasía, porque la sobrepasa la realidad.
Volvieron a callar los dos y Eva preguntó aún:
¿Entonces el «film»?
El «film> es la sintesis de la novela, modificando
también, para hacer concesiones a la técnica cine-
matográfica muchos detalles, que yo le he contado a
usted y que cinematográficamente serían superfluos
O quizás desviasen la atención del espectador de la
historia principal; pero la novela y el «film» con-
Servan, palpitante, como «leitmotiv», la triste his-
toria de «La princesa del Transiberiano» desde que
allá, en el pueblecito de Hungría, ingenua y feliz,