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LA PRINCESA DEL TRANSIBERIANO 165
John dijo:
—Cuando se es feliz no importa nunca el tiempo,
y el tiempo vuela, se escapa, ¿qué importa la hora
que sea?
Eva, siempre sonriendo, añadió:
—Son las siete de la mañana y usted debe de es-
tar muy cansado, estuvo hablando toda la noche.
-Y usted debe de estar muy cansada, me estuvo
escuchando toda la noche, también.
—Efectivamente, estoy cansada—contestó Eva—
porque he vivido todo lo que usted me ha contado
y al vivir, con gran intensidad esa vida aventurera
que ha desfilado esta noche por esta habitación, ¡cla-
ro que ha influido en mis nervios, en mí!
-Entonces—murmuró John—¡si a usted le pa-
rece! ...
Eva se puso en pie y John la imitó. Eva dijo:
—Mire, John; yo quiero contarle a usted, también,
mi vida; no es mi vida, ni mucho menos, la de Mizxi,
¿qué ha de serlo? ¡Ojalá lo fuera! Usted no sabe lo
que a mí me gustaría «poder vivir la vida con la
intensidad que Mizzi la vivió; pero yo, a pesar de
mi juventud, también tengo un fragmento de vida,
que quiero contarle a usted, que quiero que usted
sepa; porque yo ¡ya conozco su vida!; la de usted me
interesa mucho, me ha interesado mucho el cono-
cerla, y como mi vida, aunque no ha de ser tan in-
-ensa como la de Mizzi y la de usted, requiere tam-
bién tiempo y serenidad de espíritu, equilibrio de
nervios y atención tranquila, le propongo que esta,
noche venga usted a cenar conmigo otra vez y que
volvamos a reunirnos aquí, en este saloncito, para
que yo le relate mi vida ¡como pueda!, según la re-
cuerde, en la forma que yo sepa relatársela. ¿Qué le
parece a usted?
—Me parece un exceso de amabilidad suya y ha
hecho usted mal en ofrecerme «eso» que, para mí,
tiene un valor inapreciable, y digo que ha hecho us-