Full text: La princesa del transiberiano

La «villa» de Eva Lynn era un encanto; a la en- 
trada se leía, como título, en letras artísticamente 
combinadas, que por la nocr ban: «Aqui 
río yo.» Un buen gusto, exquisito, pr 
aquella casa; un gusto muy femenino, est do, refi- 
nadísimo, con la característica que una mujer ¡muy 
mujer! imprimía a todos sus detalles; abrió la puer- 
ta un negro, sonriente y bonachón, qué, al reconocer 
a míster O'Brien, estiró sus labios carnosos, mos- 
trando una dentadura grande y blanca y emitió un 
ligero gruñido de simpatía. Pasaron míster O'Brien 
y John, a una salita, llena de bíibelots, flores, lazos, 
muñecas de piernas larga 5 y rostros inexpresivos, que 
se apoyaban en los muebles con los brazos muer- 
tos; las luces se A ES enthe encajes; el ambien- 
te, perfumado, presentía la presencia de una mujer 
exquisita. Apareció Eva Lynn, bella, bellísima, des- 
lumbrante, con su belleza provocadora, de u na agre- 
sividad invulnerable; un vestido sutil, ce , habi- 
lísimamente celqcado, dejaba al des un es- 
cote maravilloso, formidable, blanquísimo, audaz, que 
permitía Halumbran el nacimiento sensual del pecho, 
típico, de aquella mujer, que ya en las películas ha- 
bía provocado la admiración del público, al lanzarlo 
en la pantalla con aquella picardía excitante que, 
dejándolo adivinar al público, le manifestaba un na- 
he se ilumina 
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