192 ADELARDO FERNANDEZ ARIAS
años fuese aumentando sus necesidades, y así se está,
realizando; yo recibo, desde que usted entró aquí ma-
temáticamente, por medio de un Banco de Zurich, el
importe de su educación y yo, al firmar, en el Banco,
los recibos de las cantidades que se me entregan, de-
claro el aumento que se necesita para el futuro trimes-
tre, haciendo un cálculo aproximado de los gastos que
usted hace extraordinariamente.
—¿Y no ha vuelto usted a ver a mis padres desde
entonces?—la pregunté.
—Jamás, no he vuelto a saber de ellos; solamente
me entiendo con el Banco, y como a mí no me intere-
sa otra cosa, yo cumplo con lo que «sus padres» me
han dicho, y mientras usted sea menor de edad, en el
colegio ha de estar, porque tengo un documento que
así me autoriza para ello; la queda poco tiempo para
cumplir los veintiún años: cuando los cumpla, supon-
go que vendrán sus padres a buscarla.
—¿Podría usted decirme el Banco por el que recibe
el dinero de mi pensión?
—No tengo inconveniente.
Y la directora me dió el nombre del Banco de Zu-
rich, que pagaba mis cuentas. Fuí al Banco y hablé
con el director; le expuse «mi caso» y le manifesté mi
deseo de saber las señas de mis padres, porque que-
ría comunicarme con ellos. El director del Banco, un
hombre de negocios, correcto, pero frío, como todos los
hombres de negocios, me respondió:
—Señorita, yo comprendo perfectamente su situa-
ción; pero debo manifestarle, de una manera defini-
tiva, que no me es posible satisfacer su deseo, porque
lo que usted me pide pertenece al secreto profesional
bancario, que no puedo quebrantar; lamento muchí-
simo no poder satisfacerla, pero mientras no esté au-
torizado por las personas que trabajan con nuestro
Banco en relación con usted, no podré decir ni una
palabra sobre este asunto; sin embargo, en su obse-
quio, voy a consultar a nuestros clientes, diciéndoles