E E IA AA
LA PRINCESA DEL TRANSIBERIANO 233
la gran artista cinematográfica de los «estudios» de
Hollywood, «pudiese ser aquella niña que yo vi en
París y que Mizzi aseguraba que era mi hija»; y en-
tonces, sin haber escuchado la historia de Eva, y sin
que se me ocurriera sospechar lo que ahora sospe-
cho, sin escrúpulo alguno, «hubiese amado a Eva»
¿Por qué la fatalidad de haber escuchado su historia
y la estilización de mi fantasía rebuscando obstácu-
los entre nuestras relaciones para evitarlas, ha de
destruir una página pasional que puede ser muy in-
teresante entre esa mujer y yo?»
John, después de este último razonamiento, pare-
ció serenarse, y, tranquilizándose, se durmió.
Al día siguiente, a las cinco de la tarde, estaban
reunidos en el despacho de míster O'Brien Eva y
John; el novelista había telefoneado a la «estrella»
después de su entrevista con el gran hombre de ne-
gocios cinematográfico, y como Eva no estaba en su
casa cuando John la telefoneó, dejó el recado a Jac-
kie. Eva, puntual, llegó, sin embargo, después que
John. Al entrar la «estrella» en el despacho, míster
O'Brien y John se pusieron en pie, saludándola afec-
tuosamente.
Mientras tomaban un té, ilustrado con sandwiches,
kakes, pasteles, bombones y otras golosinas, hablaron
de la fecha en que se podrían comenzar los trabajos;
míster O'Brien consultó unos documentos que había
en una carpeta rotulada: «La princesa del Transibe-
riano»; las anotaciones proporcionadas por el direc-
tor del personal y los jefes de secciones: construcción
de ambientes internos, técnicos de aparatos sonoros,
etcétera, y míster O'Brien dijo:
—¿Cuánto tiempo necesitará usted, Eva, para pre-
pararse los vestidos que requiere este film?
Eva hizo un cálculo mental, y dijo:
En primer término, necesito «el guión» de la pe-
lícula; yo no he podido hacer aún el cálculo de mis
vestidos, porque no sé cómo está hecho el découpage