LA PRINCESA DEL TRANSIBERIANO 249
fatalista; por eso creo en el destino y por eso, des-
pués de terminar la «fase primera» del destino cie-
go, cuando me encuentro «en el engranaje de los des-
tinos» y comprendo que «empieza el sector donde ha
de intervenir poderosamente mi voluntad y mi libre
albedrío», me doy cuenta de mi situación y relle--
xiono bien en «lo que debo hacer», para no engañar-
me a mí misma; porque «engañar a los demás es un
recurso piadoso de la vida, pero engañarse a sí mis-
mo es un suicidio moral». ¿No le parece?
John, que había estado pensando bien todas las
palabras de Eva, murmuró con voz velada:
—$í, creo que tiene usted razón en lo que dice.
Eva, después de una pausa, preguntó lentamente:
—¿Y usted no cree, John, que usted y yo hemos lle-
gado ya al momento psicológico del «engranaje e
nuestros destinos»? ¿No le parece que el destino cie-
go nos colocó en el mismo barco del que mister O'Brien
es el capitán y ahora depende de nosotros la dirección
de nuestros destinos?
—Efectivamente—dijo John—. Tan seguro estoy de
lo que dice usted, que ¡por eso me preocupo!
—¿Preocuparse?
—SÍ.
—«¿Por qué? ¿Cree usted que vale la pena de «pre-
ocuparse» en asuntos pasionales? No; estos asuntos
no tienen más que un dilema: o se lanza uno a ellos
«de cabeza» con los ojos cerrados, como quien se arro-
ja a una piscina, o al mar, o a un abismo, «dando un
salto mortal definitivo», o se aleja uno del peligro
que puede suponer el comienzo de una pasión. Tér-
minos medios no pueden admitirse en estas situa-
ciones.
—Así lo creo yo también—murmuró John.
Eva, después de una pausa, encendió un cigarrillo
y preguntó:
-——Vamos a ver, John; después de haber oído mi
vida, después de haberme tratado intensamente en