TA
318 ADELARDO FERNANDEZ ARIAS
hombre de mundo y que se aproximaba, que unía su
carne a mi carne y me besó, ¡y me besó intensamente,
haciéndome estremecer con una voluptuosidad hasta
entonces para mí desconocida! En fin, señor; aquel
hombre «se apoderó de mis sentidos y yo fuí suya,
inconscientemente»; fuí de aquel hombre, no de
«Carl Wringlé», sino «del hombre que, cerca de mí,
supo apoderarse de mí en aquel viaje». Cuando lle-
gamos a Berlín, señor, Carl Wringlé «hizo de mí lo
que quiso»; desde aquel momento yo era ¡un jugue-
te en sus manos! ¡Un instrumento ciego! Con la llave
de mis sentidos, él fué «el amo» y yo «su esclava» ;
usted que es un hombre de mundo lo debe com-
prender.
—i¡Claro que lo comprendo! —murmuró John-—.
¡Claro que lo comprendo!
Y después de un instante de reflexión, John volvió
a preguntar:
—Dime, Minka; fué entonces cuando Carl te pro-
puso hacer con él una vida marital, ¿no es cierto?
—SÍ.
—Y te propuso que os deshiciéerais de la niña, que
os estorbaba, ¿verdad?
—£Í.
—¿Fué, entonces, cuando él viajaba con el nombre
de «Walter Werner» ?
Minka hizo un movimiento brusco, mirando a John
fijamente, y preguntó:
—¿También sabe usted «eso» ?
—Ya te he dicho que «lo sé todo»; pero que quie-
ro oír de tus labios la confirmación de «todo lo que
sé». Fué entonces cuando, con un pasaporte falso,
Carl se convirtió en «Walter Werner», ¿no es eso?
—SÍ.
—También fué entonces cuando Carl te propuso
«documentar a la niña» con nombre supuesto y com-
pró a varios emigrados rusos, necesitados, para que
declarasen ante la Policía de Berlín, que «os conocían