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40 ADELARDO FERNANDEZ ARIAS
a Moscú, porque, como usted verá, durante el viaje,
en el vagón-comedor, para no pagar todos los días,
puesto que es un viaje largo y se sabe cuáles son los
pasajeros que llevan el billete hasta Moscú, se firman
«vales» y todo lo que se consuma tanto a la hora de
las comidas como lo que se bebe o se come entre ho-
ras después, cuando se está llegando a Moscú, el en-
cargado del vagón-restaurante presentará la cuen-
ta con todos los «vales» juntos; de esa manera se
paga la cuenta y la propina; «las bellezas del Tran-
siberiano», como segunda condición después del pago
del billete, imponen el pago de la cuenta del vagón-
comedor, que, claro, se entiende la cuenta que ellas
han hecho solas desde que salieron de Vladivostock
hasta el momento que se ponen de acuerdo con us-
ted; porque ya desde ese momento comen ustedes y
viven juntos durante todo el día, y luego se plantea
la «ganancia propiamente dicha de ella»: lo que us-
ted «ha de darle a cambio de lo agradable que le
haya hecho a usted el viaje en su compañía; sus
caricias, sus intimidades, ¿comprende usted?, y estas
bellezas del Transiberiano, como nosotros las llama-
mos, en vez de «trabajar» en los grandes hoteles, en
los cabarets, en las grandes ciudades o los grandes
transatlánticos, tienen su campo de acción en el
Transiberiano, porque como éste es un viaje largo
que dura diez días y la duración del viaje aburre a
los hombres, «está muy bien pensado», conociendo la
psicología de los hombres, «ofrecer una mercancía
en el mercado en que esa mercancía se puede de-
sear».
Comprendí, me sonreí y después de una pausa, el
empleado del tren me preguntó:
—De modo, que si el señor cónsul quiere, yo...
-No—le interumpí—, no se moleste, Boris, a mí
«Ésa» es «una mercancía» que no me interesa. «La
mercancía pagada» de esa forma tan brutal, tan