80 ADELARDO FERNANDEZ ARIAS
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bras, tan perfectamente la psicología de esa mujer
que creo que podré interpretarla como si fuera yO
quien viviese toda esa historia; claro que el film ha
de ser la síntesis de todo eso que usted me cuenta;
el cinematógrafo, que es acción, a pesar de que ten-
ga y que deba tener psicología, necesita hacer con-
clusiones al público, desgraciadamente, que le limi-
tan en su desarrollo; hay detalles que usted me ha
contado y que son magníficos, pintorescos, maravillo-
sos, sugestivos; detalles que, ¡claro!, en cinemató-
grafo no podrán proyectarse, y, sin embargo, ¡qué
impresión producirían en el público si el público pu-
diera verlos! Pero usted, accediendo a mi ruego, me
cuenta la historia con unos detalles tan delicados y
tan prolijos que me hacen vivir esa aventura como
si yo la estuviera también viviendo; como si yo to-
mase parte en ella. ¡Si usted supiera que me está
usted hablando de Mizzi y, por un efecto sugestivo,
extraño, del que yo no me doy cuenta, me parece
ser yo esa Mizzi, me parece que estoy yo reviviendo
todo lo que usted me cuenta! Creo que lo he soñado;
más, que soy yo quien ha vivido todo eso que usted
dice, porque al oírle nada me sorprende, ¡al contra-
rio!, me parece recordar algo que se me olvidó y que
al evocarlo usted toma forma en mí por haberlo ya
vivido. ¡Qué extraño, ¿verdad?, qué extraño fenóme-
no! ¡Claro que ese es el mérito de usted! Es el mé-
rito de su narración; el mérito de su relato; me está
usted contando la historia de Mizzi con tanta vera-
cidad, tan precisamente, con una exactitud tan ma-
temática, con un realismo tan conciso y una descrip-
ción tan clara, que me ha sugestionado, y por eso
me hace usted creer que me recuerda usted lo que yo
he vivido. ¿Será cierta la transmigración de las al-
mas? ¿Habré yo vivido quizá «eso» que usted me
cuenta en otra generación anterior a la mía?
John se quedó perplejo ante las palabras de Eva
y, mirándola muy fijamente, exclamó:
A
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