«MISS ATLANTICO» 105
noce ley ni jefe, ni autoridad, ni mandato, ni súplica;
el amor es independiente, soberano, como la vida.
—Pues por eso, mi general, por eso es perfectamente
posible que una mujer, no yo precisamente, una mujer
cualquiera, ¡una mujer!, pueda enamorarse con toda su
alma, con todas sus fuerzas, de un hombre, ¡sea quien
quiera y pertenezca a la raza que pertenezca y a la nacio-
nalidad que corresponda! Para ella, para una mujer, será
siempre ¡un hombre!, el polo contrario de que usted ha-
bló antes, mi general; ese polo, que también tenga co-
rriente,
¿Entonces, milady, quiere usted que le sea sincero?
-Se lo ruego, general; necesito, para vivir, sinceridad
en mi derredor, Además, yo tengo una perspicacia fe-
menina tan extraordinaria, tan sensible, que me percato
inmediatamente de la falta de sinceridad de quien esté
hablando conmigo; de modo, general, que es inútil que
conmigo quiera fingir, porque se lo voy a conocer en
seguida; sea usted sincero conmigo, que por muy sin-
cero que sea, aunque su sinceridad encierre una audacia,
por grande que pueda parecer, el hecho de ser audacia
ya quiere decir valentía, y a mí las audacias, las valentías,
me encantan; usted no sabe, cuando ayer me contaba su
situación en China, ese dominio que usted posee sobre los
suyos; esa marcha triunfal a través de los territorios de
Ohina; ese poder que usted desarrolla, lo que a mí me ad-
miraba; yo he ensoñado siempre con un hombre valeroso,
con un bravo, un hombre que no tenga miedo a nada,
¡un hombre que domine!
—Pues ese hombre, milady, quizá pueda ser yo.
“Miss Atlántico” suspiró profundamente y después ex-
haló a flor de labios:
—¡ Quién sabe!
Callaron. El general pensó; en su cerebro de hombre
Oriental se acumularon de pronto demasiadas ideas; en
su espíritu de hombre cruel surgieron demasiados senti-
mientos, y no poseyendo todo el arte de dominio sobre