118 «EL DUENDE DE LA COLEGIATA
sea bella; luego, que se preste a ser candidata; que ten
ga tiempo y medios de fortuna para desviarse del objeto
de su viaje y, al llegar al puerto de destino del barco,
donde se eligió como “Miss”..., el nombre del barco en
que viajó... Después se encamine hacia París, viva, por
cuenta propia, en un gran hotel y asista al torneo in
ternacional que las grandes casas navieras, para hacerse
el reclamo de sus barcos, organizan; eso se pudo hacer
aquel año por sorpresa, porque fué una novedad; por
que fué la primera vez que se le ocurrió a una gran
casa naviera norteamericana; pero luego surgieron las
dificultades: la competencia entre las casas navieras in-
glesas, alemanas y norteamericanas; la incompatibilidad
de las casas navieras alemanas y francesas, la incom-
patibilidad de las casas navieras italianas y francesas; es
decir, que la política, al agriarse, ha imposibilitado el
nuevo concurso, y desde entonces yo circulo por el mun-
do con mi título, que nadie me ha disputado aún; soy
“Miss Atlántico” y tengo mi diploma y mi medalla de
oro, que el concurso internacional de las casas navieras
del mundo me concedió en París; soy, desde entonces,
“Miss Atlántico” y creo que moriré siéndolo, porque no
creo que ese concurso vaya a repetirse, y como a mí me
gusta mucho ese título indispútable, indiscutible y pro
bablemente vitalicio, por eso me llaman “Miss Atlánti-
co”, porque, en caso de duda, tengo mi diploma, que
puede demostrar quién soy y que va inlíerente a mi perso-
na; mi personalidad absorbe mi persona. ¿Qué le importa
al mundo quién soy, cómo me llamo, ni qué nacionalidad
tengo? Soy “Miss Atlántico”, que es algo mundial, algo
grande, algo de todo el mundo, “Miss Atlántico” no tie-
ne nacionalidad; “Miss Atlántico” pertenece al mundo, es
del mundo... Y desde entonces yo recorro el mundo cons-
tantemente con mi titulo intangible. Y... ya lo sabe
usted todo, general; ya sabe usted por qué soy “Miss
Atlántico”, cómo he llegado a ser “Miss Atlántico” y
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