«MISS ATLANTICO» 119
cuál es la razón de que no quiera que se me llame nada
más que “Miss Atlántico”, ¿Está usted satisfecho?
El general chino se quedó un momento pensativo, y
exclamó :
—¡Qué admirable es usted, “Miss Atlántico”! ¡Qué
admirable! ¡Es usted la mujer más interesante del mun-
do! ¡Indudablemente, yo he tenido una suerte... una
gran suerte, la suerte más grande de mi vida, encon
trándomela a usted en mi camino, porque su belleza,
esa belleza arrolladora que usted posee, ahora se une a
su talento, su cultura, su vida; claro, que lo único que
me estorba de todo lo que usted me ha contado es el
recuerdo de esos hombres que la amaron antes que yo!
—Pero, general, ese es mi pasado; al pasado no tene-
mos derecho de pedirle cuentas; usted puede “pedirme
cuentas” desde el día en que yo le diga que le amo hasta
el día en que nos separemos, si eso puede ser posible;
pero antes, mi pasado... mi pasado no le pertenece a
usted, mi general, me pertenece a mi solamente.
—Sin embargo, usted no sabe, “Miss Atlántico”, que
el amor de un oriental es algo tan intenso, ¡tan profun-
do!... Nosotros sentimos los celos de otra manera muy
diferente que ustedes; quizá no expresemos, como los
occidentales, hacia afuera, esos celos; es decir, de ma-
nera centrífuga, no; nuestros celos van hacia adentro,
con mucha intensidad, de una manera centrípeta; esa
es la gran diferencia; nosotros no los llamamos celos; es
quizá un amor propio exagerad
lo; pero más bien es un
sentimiento profundo de amor que todo lo abarca, que
todo lo quiere; yo... ¿por qué no confesárselo, “Miss
Atlántico”? Cuando estaba escuchando su relato, al ha
blarme usted de esos hombres que encontró en su cami-
ño, los empecé a odiar, y ya los odio; cualquier hombre
que la mire a usted, para mí es un enemigo, y en Chi-
na, “Miss Atlántico”, si usted me ama y viene conmigo
a China, cualquier hombre que se atreva nada más que
A mirarla, pagará con su vida su audacia,