«MISS ATLANTICO» 135
—No te comprendo—continuó diciendo “Miss Atlánti-
co”, al fingir una ingenuidad que era incapaz de sentir.
—Pues muy fácil; te he abierto una cuenta corriente.
—Bueno, ¿y qué?
—Que tienes a tu disposición tres millones de dólares.
Para demostrarte que no puedo abrigar respecto de ti
intención alguna de explotarte, “Tus alhajas y tu cuenta
corriente no creo que representen esos tres millones de
dólares, que es lo que te he ingresado en la cuenta que
te abrí; sin embargo, si crees que no €s suficiente canti-
dad, dime cuánto quieres que te ingrese, Estoy dispues-
to a hacerlo.
—Pero—exclamó “Miss Atlántico dominando su emo-
ción, que la iba a traicionar—, pero ¡eso lo encuentro tan
extraño!
—¿ Por qué extraño?
—Me haces un regalo asi, de pronto.
—Yo soy hombre práctico, ¡qué quieres! Es la única
forma de que te convenzas de mis propósitos.
—Sí; pero tres millones...
—¿Te parece poco?
—No, ¿cómo me va a parecer poco? Sin embargo, yo
no sé si debo, si puedo aceptar un regalo tuyo de esa
naturaleza.
—¿Cómo que si “puedes” aceptarlo? Además, no te
preocupes; tres millones de dólares, sí, son una cantidad
interesante, pero para mi no tienen importancia; si vie-
ras, en realidad, el poco trabajo que a mí me cuesta ad-
quirir tres millones de dólares; por eso te digo que, si
quieres más, también te ingresaré más dinero; pero debo
advertirte que esto lo he hecho como una demostración
Inmediata que disipe tus dudas. Comprenderás que, si
vienes a China conmigo, los millones de dólares no tie-
nen valor, porque tú vas a poseerlo todo; vas a ser la due-
ña y señora de un gran territorio, de hombres, de vidas,
de destinos; serás mi compañera y, al ser mi compañera,
serás “otro yo”; y como yo allí, en mi territorio, soy el