144 ADELARDO PERNANDEZ ARIAS
rates, lo mismo en los grandes almacenes donde se ofre-
cía todo como una enciclopedia de artículos que en las
librerías, tiendas de modas, objetos de arte y, sobre todo,
joyerías; en aquel sector, las joyerías eran el motivo
principal del comercio,
“Miss Atlántico” se detuvo ante el escaparate de dos
o tres joyerías mirando las magníficas piedras que lan-
zaban destellos fantásticos al ser heridas por las luces
estratégicamente colocadas. Observaba las piedras y no
decía nada. El general chino también miraba aquellas jo-
yas esperando que “Miss Atlántico” se encaprichase de
alguna; pero ella, con habilidad magnífica, con premedi-
tación maravillosa, se guardó muy bien de lanzar excla-
mación alguna delante de las primeras joyerías que ob-
servó, Siguieron andando; “Miss Atlántico” se detenía
en todos los escaparates para alejar del general chino
toda sospecha de su plan perfectamente estudiado, Ante
la quinta joyería que observaban, una de las más elegan-
tes de San Francisco, “Miss Atlántico” se fijó en dos
solitarios formidables que en el centro del escaparate
constituían el núcleo de todas aquellas joyas. Con sus
ojos fijos en las piedras estaba calculando Mm mente el
precio fabuloso que supondrían aquellos dos solitarios
de extraordinaria belleza, puros, blancos, con una ligerí-
sima irisación azulada, iguales, tallados artísticamente,
valiosísimos. Con sus ojos fijos en aquellos dos brillan-
tes, parecía que “Miss Atlántico” los quería sugestionar.
Tshiang-Tshu-Feng, ante la admiración muda de “Miss
Atlántico”, comprendiéndola, exclamó :
—¡Qué lindas piedras! ¿Verdad?
—Si—respondió “Mis Atlántico” sin quitar los ojos
de los brillantes,
—¿Te gustan?
—Ya lo creo, ¡Me encantan!
Tshinag-Tshu-Feng preguntó:
—¿Los quieres?