160 ADELARDO FERNANDEZ ARIAS
hombres, que sois muy caprichosos, nos abandonáis; y
entonces nos llega una vejez triste, una vejez amarga,
que únicamente cuando una mujer ha sido precavida y
supo prepararse esa vejez con mucho dinero puede ha-
cerse esa vejez más llevadera.
—Eres de una filosofía admirable, darling.
—¡ Qué quieres, dear! La vida me enseñó; pero ¿tie-
nes algún inconveniente en que yo arregle mis asuntos?
—No, darling, ¡figúrate! ¡Al contrario! ¡Si tú no te
opones, yo te ayudaré a que arregles tus negocios. Dime,
¿qué es lo que quieres hacer?
—Pues, mira, yo tengo una amiga aquí, en San Fran-
cisco, a quien he visitado hoy, aprovechando que tú me
dejaste sola mientras arreglabas tus asuntos; mi amig
es la esposa de un hombre de negocios de California,
y hablando así de mis asuntos me ha dado unos datos
preciosos: me ha dicho que su marido, que tiene “una
gran vista” para los negocios y gana muchos millones,
ahora especula, con mucha fortuna, con unos valores
que son segurísimos,
—Las especulaciones, darling, son muy peligrosas.
—Sin embargo, dime, dear, ¿cuándo nos embarcamos?
El general chino sacó de su bolsillo los pasajes y, en-
tregándoselos a “Miss Atlántico”, exclamó:
—Ahí tienes los pasajes; nos embarcaremos el día die-
cisiete,
—Es decir—exclamó “Miss Atlántico”, haciendo un
cálculo—, ¿dentro de una semana?
—SÍ,
—Muy bien, En ese tiempo se puede realizar lo que
mi amiga me aconsejó.
—¿Y qué te ha aconsejado tu amiga, darling?
—Pues mira—y “Miss Atlántico” sacó de su bolso el
papelito que míster Goldsmith le había escrito en el tea
room del “Golden-Gate Palace”, y, entregándoselo, le
dijo al chino—: Estos son valores seguros. El negocio