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“Miss Atlántico” le había engañado; había jugado con
él, como un gato juega con un ratón, a quien domina
desde el primer mómento. El, el hombre audaz, el hom-
bre aventurero, el hombre temerario, omnipotente, ha-
bía sido víctima de aquella mujer, cuyas armas prin-
cipales eran una belleza agresiva y una astucia ref-
nada.
Entonces, comprendió las maniobras de “Miss Atlán-
tico” en San Francisco, que llevaron ingenuamente a
Tshiang-Tshu-Feng a abrirla la cuenta corriente, a com-
prarla los brillantes, a adquirirla las acciones en Bolsa.
“Miss Atlántico” le había explotado; le había explota-
do miserablemente, aprovechando también la superiori-
dad de su raza, ¡y eso es lo que más le ofendía al general
chino! Desde su punto de vista de hombre de raza ama-
rilla, que siempre desconfió de los seres de raza blanca,
por saber que desde su superioridad racial despreciaban,
tratando de humillar siempre, a quienes pertenecen a
una raza de color; desde aquel punto de vista eminen-
temente racial, todo aquello tenía para él más importan-
cia que el hecho material y concreto de la explotación
económica, que para Tshiang-Tshu-Feng, a pesar de tra-
tarse de grandes cantidades de dinero, no le afectaba,
porque un hombre como él, que podía adquirir canti-
dades mayores que las que dió a “Miss Atlántico” apo-
derándose sencillamente de una ciudad en la que hubiese
un Banco que él saquearía, no pudo dar importancia a
la pérdida de un dinero que volvería a él en cualquier
escaramuza militar; pero había dos puntos imperdona-
bles; primero: el desprecio y la humillación que supone
que una mujer de raza blanca considerase desde el pri-
mer momento que era posible engañar y explotar refina-
damente a un hombre como él, por el hecho de perte-
necer a la raza amarilla, y segundo: que una mujer, abu-
sando de su superioridad de belleza y feminismo, hubiese
engañado, tan ingenuamente en el fondo, a un hombre
de la experiencia, de la vida, que Tshiang-Tshu-Feng de-