232 ADELARDO FERNANDEZ ARIAS
autosugestión, consideraba “suyo”; aquel Atlántico in-
menso y conocido sobre el que pensaba navegar para re-
gresar a Europa atravesando países y, sobre todo, ma-
res en grandes barcos donde ella “reinaba”; allí podría
encontrar aquellas aventuras que anhelaba siempre. En
fin, por lo pronto, iría a la antigua capital de los empe-
radores tártaros y luego, como siempre, su sino deci-
diría.
Sin embargo, “Miss Atlántico” navegaba bajo la im:
presión de una extraña inquietud; algo que ella no sabía
definir la restaba energías y la quitó aquella tranquilidad,
aquella serenidad que fué siempre la característica de
su temperamento, Dormía mal, se despertaba continua-
mente, le parecía que alguien entraba en su camarote,
a pesar de que procuraba cerrarlo con pestillo, asegu-
rándose bien de que no era posible penetrar en él,
Durante el día estaba cansada, por haber dormido mal
por la noche; deseaba que el barco llegase pronto a
Tien-Sin,
En el Mar Amarillo, como es allí muy frecuente, se
desencadenó una tempestad horrorosa; uno de aquellos
“tifones” que en los mares del Extremo Oriente sur-
gen formidables y amenazadores, El barco se defendió
con gallardía de aquel temporal aparatoso, que lanzaba
las olas encrespadas sobre la cubierta, barriéndolo todo.
El capitán del buque había dado la orden de cerrar las
escotillas y todos los pasajeros se vieron precisados a per-
manecer dentro del barco sin salir a cubierta. Rugía y
el viento huracanado al tropezar con las jarcias que pa-
recían quererse romper; cabeceaba el barco ferozmente, g
moviéndose en todas direcciones; la mayoría de los pa- y
sajeros se habían mareado.
- “Miss Atlántico”, acostumbrada a navegar mucho, no
sintió nunca los efectos del mareo.
Los pasajeros se habían encerrado en sus camarotes;
el médico de a bordo iba de un camarote a otro asis-
tiendo a los enfermos, En el salón de fumar, “Miss At-
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