264 ADELARDO FERNANDEZ ARIAS
—«¿ Navegaremos mucho todavía ?
Chuang-Tsu-Chang dijo, después de un ligero cálculo
mental :
—Probablemente, dentro de cuatro días llegaremos,
“Miss Atlántico”, sin contestar, se sentó en la butaca
de mimbre donde antes Chuang-Tsu-Ohang se había sen-
tado, y montando una pierna sobre otra, apoyándose en
el respaldo, inclinó hacia atrás la cabeza y aspiró con
fuerza el aire puro del campo; miró a derecha e izquier-
da del house-boat, Las orillas del río, cercanas, inicia-
ban una perspectiva monótona, de campiña, cuyo horizon-
te se perdía lejano. A la izquierda, se esfumaban los
perfiles montañosos de una cordillera, Era aquel un pai-
saje de una monotonía desesperante; no le salpicaba nin-
guna nota de color; nada hacía recordar que aquello era
China; podía creerse que se navegaba por un río de Amé-
rica o europeo. Sin embargo, al cabo de media hora de
navegación, un puente ondulado y caprichoso recordaba
el ambiente lejano; una torre erguida, con picos, mostra-
ba campanillas de porcelana que la brisa, al soplar, ha-
cía estremecer con un tintineo peculiarísimo. Aquello sí
era China; no se encontraba por el campo ni un alma
viviente; el houwse-boat navegaba arrastrado por un remol-
cador que, en la popa, tenía un cable de acero enlazado
a la proa del house-boat. Pasaron las horas, Cuando “Miss
Atlántico” sintió apetito, dijo:
-—Hallow.
En seguida, Chuang-Tsu-Chang, presentándose a ella,
la preguntó con aquella tranquilidad irritante que a “Miss
Atlántico” la hacía comprender toda la fuerza del tem-
peramento peligroso de la raza amarilla:
—¿Qué desea, señora?
Y “Miss Atlántico” exclamó:
—Tengo apetito.
—sSeñora, siento mucho no poder ofrecer a usted un
“menú” variado; tendrá que resignarse con los platos
sencillos que se la pueden ofrecer en este viaje; pero