«MISS ATLANTICO» 277
mis palabras!, a salvarte, pues vine con él hacia China;
porque era necesario, ante todo, que yo estuviese en Chi-
na; desde aquí, yo sabía que, de una manera o de otra,
iba a encontrar la forma de alejarte del peligro; tuve
tanta habilidad, que conseguí llevar a ese hombre hasta
Shanghai y le dije tranquilamente que, “para poder llegar
cerca de ti y que yo pudiera entregarte a él, no había
más que un medio: que me dejase actuar en Pekín, porque
en Pekín yo te encontraría”. Yo lo que quería era que me
dejara marchar sin que me espiase, y después, una vez en
Pekín, de una manera hábil, por medio de gente que yo
hubiera descubierto adicta a ti, te hubiese advertido del
peligro y, sobre todo, te hubiese dicho que me enviases
alguien de tu confianza, para que me acompañase hasta
ti; éste fué el plan; esto es lo que ha sucedido, y ahora,
en el barco, me encontré a ese hombre que tú, sin duda,
enviaste para espiarme, y ¡lo demás, ya lo sabes! Se apo-
deró de mi en Tien-Tsin, “en la forma que se apoderó”, y
me ha traído aquí; yo, desde luego, me alegro de que tú
hayas hecho “lo que has hecho” por atraerme hacia ti”.
—Pero, ¿y la intervención del abogado de San Fran-
cisco?—preguntó el general con cierta inquietud,
—No sé lo que quieres decir—respondió “Mis Atlán-
tico”,
—Mi emisario me cablegrafió, comunicándome los tex-
tos de cablegramas cruzados entre un abogado de San
Francisco y tú... Además, la detención del primer emisa-
rio que envié y que fué embarcado a la fuerza...
—Ahora comprendo—interrumpió “Miss Atlántico”-—.
Ya me extrañó que tu primer emisario a quien dije que
“esperaba a un pariente mío”, porque la Policía me ad-
virtió que “esperase allí a un señor”, desapareciera. ¡Cla-
ro, fué detenido y embarcado por las mismas razones
que a ti no te dejaron desembarcar!... Y en cuanto a ese
abogado de que me hablas, no sé nada...
“Miss Atlántico” reflexionó un instante al comprender