XXXV
Los tres misioneros miraron a «Miss Atlántico» con
asombro ; nada decían ; esperaron que ella les dirigiese
la palabra.
«Miss Atlántico», después de cerciorarse de que en
aquella habitación donde los tres misioneros estaban
encerrados no había otra puerta ni era posible que se
escuchasen las palabras que allí se pronunciaron, des-
pués de haber cerrado la puerta de entrada, a media
voz exclamó :
—Tengan ustedes esperanza. Vamos a procurar, en-
tre los cuatro, evadirnos ; no será fácil, pero esa es mi
idea.
El padre Gumersindo, el más viejo, un misionero es-
pañol de la Orden de Recoletos, cuya casa central esta-
ba en Shanghai, preguntó a «Miss Atlántico», en co-
rrecto inglés :
—¿Y cómo ha podido usted llegar hasta aquí, her-
mana ?
«Miss Atlántico» exclamó :
—Es una historia muy triste y muy larga, que ya
les contaré; pero yo también soy una prisionera de
ese hombre y tengo mi vida en peligro; quizá en más
peligro que ustedes; en fin, ante todo quiero decirles
que tengan esperanzas ; yo tengo mi plan, que voy a