«MISS ATLANTICO» 335
que aparezcan o castigaré duramente a los observado-
res si nos los encuentran.
La noche avanzaba; los fugitivos, en el templo bu- 1086
dhista, estaban cansados ; aquella tensión de todo el día, ]
esperando, escuchando a cada momento los aeroplanos pu
que volvían otra vez, sin poderse decidir a salir del re- Ei
fugio por el peligro que representaba, les había enerva- :
do, «Miss Atlántico» se despertó hacia el mediodía. e
El padre Gumersindo se acercó a ella y, en voz muy
baja, la dijo :
Flermana, no se mueva; quédese así, descansan-
do; estamos en un momento grave, de mucho peligro ;
los aeroplanos nos buscan incesantemente ; si nos' des-
cubren estamos perdidos; mo podremos abandonar el
refugio hasta esta noche, cuando las sombras puedan :
ser nuestras cómplices para continuar nuestra nave-
gación.
«Miss Atlántico», tendida en el suelo, acurrucada en
un rincón, escuchaba ansiosa el rumor de los aeroplanos
que volaban ; se oía, desde lejos, el crepitar de los mo-
tores, que iba haciéndose cada vez más perceptible ; pa-
recía que volaban hacia el templo budhista y que iban a .
posarse sobre él. 08
«Miss Atlántico» comprendió entonces toda la gra-
vedad de la situación. Después, cuando el motor se ale-
jaba, marchándose, respiraba con fuerza ; pero otra. vez
otro aeroplano, otro motor, volvía a intensificar aquella h
emoción sin precedentes. Llegó la noche, una noche obs- 0
cura, una noche preñada de misterio. El ruido de los
aeroplanos cesó,
Entonces, los misioneros, los oficiales y «Miss At-
lántico», reuniéndose, discutieron lo que deberían ha- i
cer; sentían hambre, no habían tenido la precaución A
de llevar al templo provisiones, porque, al principio, 00
pensaron, como el oficial cristiano había dicho, que
cuando los aeroplanos pasaran un par de veces sobre
ellos, al no descubrirles abandonarían la empresa y en-