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«Miss Atlántico» miró al reloj como una hipnotiza-
da. Deseaba que pasaran las horas y lo temía ; desde
su captura ; desde que fué considerada como prisionera,
separándola de los misioneros y de los oficiales cristia-
nos, comprendió que esta vez «había perdido la parti-
da». ¡Era bastante inteligente «Miss Atlántico» para
no intentó siquiera otra añagaza como la anterior !
Ahora, el general Tshiang-Tshu-Feng no habría de de-
jarse persuadir, ¡al contrario! Por eso «Miss Atlánti-
co» se resignó con su suerte y pensó : «¿ Qué será de los
pobres misioneros, de los oficiales cristianos, de los
soldados a quienes yo he comprometido ?» Porque ella,
sí, ella, había intentado evadirse y lo que le sucediera
iba a ser el castigo de su propia culpa ; pero los misio-
neros, los oficiales cristianos y los soldados, que cre-
yeron en ella, todos iban a ser víctimas de ella, de su
plan de evasión, para el que necesitó todos aquellos
cómplices generosos que ahora ella había sacrificado.
Desde que regresaron al campamento, «Miss Atlán-
tico» fué encerrada en una barraca ; custodiada por mu-
chos soldados, que la miraban de una manera inquietan-
te. Avanzaba el día; se oyeron en el campamento las
cornetas que marcaban el despertar de la tropa ; el mo-
vimiento de todo aquel núcleo de hombres mandados por