350 ADELARDO PERNANDEZ ARIAS
so, tuvo que tirarlo porque se había convertido en una
acumulación de polvo, de basura ; la picaba la cabeza,
que sentía sucia, llena de polvo, quizá infectada por mise-
ria ; aquella miseria que, indudablemente, debía abun-
dar entre los soldados que la rodeaban todo el día ; que
la cercaban toda la noche. Después de diez días de mar-
cha, la columna llegó a la costa, junto al mar; el am-
biente yodado de la costa entró a los pulmones de «Miss
Atlántico», reconfortándola ; le pareció regresar a un
ambiente que ella conocía tan bien : el mar, el mar;
aquel mar inmenso, infinito, donde ella había domina.
do como reina, como dueña y señora, como muñeca mi-
mada por los hombres, como mujer elegante, protitipo
de la moda ; blanco de todas las miradas y de todas las
concupiscencias ; finalidad de todas las pasiones. Desde
el camión «Miss Atlántico» vió el mar, cuyo horizonte se
perdía en el infinito; respiró a pleno pulmón y sonrió
un momento feliz, ¡El mar! ¿Volvería ella a navegar
sobre él? No. Ya comprendía que no. La columna
acampó junto al mar, y ella, como siempre, fué condu-
cida a una barraca.
Dos días más pasaron sin que la columna avanzara.
Dos días interminables que ella vivió en aquella barra-
ca, vigilada contantemente por soldados, sin poder mo-
verse. A los dos días, un oficial, acercándose a los sol-
dados, les dió órdenes y aproximándose a «Miss Atlán-
tico» la dijo en inglés :
—Venga conmigó, señora.
Varios soldados escoltaron a «Miss Atlántico», que
caminaba al lado del oficial. ¿Dónde iría? Siguiendo
al oficial llegó a la playa ; una playa inmensa, donde las
olas se doblaban rítmicamente para deshacerse en espu-
ma; su vista distinguió un hacinamiento de soldados
formando un grupo inmenso y hacia él se dirigieron.
El oficial se abrió paso entre los soldados hasta llegar
a la primera fila de un gran cuadro formado militar.
mente ; en el centro, sobre una gran pira construída con