VI
“Miss Atlántico”, envuelta en un quimono de seda es-
ponjosa que acariciaba voluptuosamente el terciopelo de
su piel; metidos los dedos de sus pies bien cuidados en
unas chinelas coquetísimas que entonaban con el color
predominante de su quimono, atravesó la salita y entró en
la que pertenecía al príncipe, donde ya estaba servida la
cena para los dos.
Traía en la mano “Miss Atlántico” la maletita de sus
alhajas, que colocó sobre un mueble,
John daba las últimas instrucciones a los camareros
que, después de poner la mesa, situaban en dos cubetas
plateadas dos botellas de champaña enterradas en hielo
y cubiertas con servilletas,
El príncipe apareció vestido con un ams de seda ne-
gra, elegantísimo.
“Miss Atlántico” se precipitó hacia él, besándole y
abrazándole con delectación,
—«¿ Sabes que tengo mucho apetito ?—dijo.
—Y yo también—contestó el principe—; pero sobre
todo—añadió—siento un cansancio general, ¡extraño!
—Lo mismo que yo—exclamó «Miss Atlántico”—. Ya
te he dicho que eso se debe al cambio de aire; yo he via
jado mucho por mar, y siempre, cuando llego a un puer
to, me encuentro muy cansada; por eso lo que vamos a