ROULETABILLE Y LOS GITANOS 113
Rouletabille pensó con lógica que si Calixta había de
volver a la choza de la vieja Zina para recoger sus vesti-
dos, no se arriesgaría a tales andanzas sino de noche.
Y he aquí lo que relata el cuaderno en punto a este
acecho:
Serían las diez cuando Calixta, en traje de bohemia,
apareció en la senda que va a la guarida de la bruja. Se
la reconocía perfectamente a pesar de sus pingajos. Te-
nía aquel aire de reina ultrajada que solía tomar en Pa-
rís, cuando Juan o uno de sus amigos se permitían tra-
tarla con negiigente familiaridad... Ya cerca de la roca,
mansión de la Zina, se volvió bruscamente... la luz de la
luna dió de lleno en su rostro, visiblemente irritado.
En alta voz, «de nuevo tú, Andrés»—dijo. Pero no
fué Andrés, sino una silueta femenina lo que se dejó ver
en el sendero.
Calixta fué a hundirse en la maleza, pero no tuvo tiem-
po; la recién llegada habló y Calixta quedó inmóvil y es-
tupefacta.
Oí que dijo:
—Señora de Meyrens.
Era, en efecto, El Pulpo la que se acercaba.
—¿Cómo usted aquí? —preguntó anhelante Calixta—,
¿Qué le trae?
—Verla a usted—respondió la señora de Meyrens—.
¡Ah', no sabe usted la que la he buscado. Olajai es el que
ha poco me dijo que podría quizás hallarla a usted en la
choza de Zina, y me guió hasta aquí...