GASTÓN LEROUX
bía apostado allí a dos gendarmes con orden de impedir
a todo el mundo el acceso y de vigilar la casa...
Ya una vez Rouletabille había visto surgir a los dos
cancerberos cerrándole el paso... Y no insistió. Quiso
que se confiaran y aun avivasen la vigilancia. En fin...
Aprovechó para entrar en casa de Hubert al amanecer,
pues habla observado que el gendarme de guardia en
aquel momento cedía a la fatiga y al sueño. En una pa-
labra, considerando propicia la coyuntura, husmeó la
casa y, sin ser sorprendido, llegó a un respiradero por
el cual se deslizó. Del respiradero saltó a un ventanuco
y de aquí a un tragaluz, viéndose al cabo de cinco mi-
nutos no más en el despacho de Hubert.
A través de la puerta sellada percibió un ronquido so-
noro y regular. Era el gendarme, allí de guardia.
Seguro de no,ser estorbado, Rouletabille se puso a re-
gistrar los muebles con el tacto que ponía en todas sus
cosas. Vació los cajones de una pequeña mesa de des-
pacho y examinó detenidamente uno por uno todos los
papeles que contenían. No descorazonó al repórter, sino
todo lo contrario, el hecho de haber pasado por allí la
justicia. Solía decir que ésta siempre le facilitaba la tarea
dejando a su cargo cuanto podía importar al asunto en
tramitación y reservándose ella lo demás.
Sin embargo, esta mañana no topaba con nada que
concerniese directa o indirectamente a los acontecimien-
tos que habían revuelto tan trágicamente aquel rincón
de Camargue, y se preguntaba si no había completa-