GASTÓN LEROUX
tiempo abrazándome o maldiciéndome, y así se adelanta
poco. Le suplico que precise su pensamiento y ya de
una vez me diga qué abriga en su corazón; pero él se
zafa, diciendo:
—Puesto que sabes con entera certeza que ha sido
raptada por los bohemios, ¿por qué no das sus señas a
la policía? Me explico que no te acojas a este tonto de
Crousillat; pero en Francia no falta gente que pueda ayu-
darnos en la empresa de encontrarla,
—Cierto—le digo—: la aduana.
—¿La aduana?
—Sí, hombre, sí; la aduana. Sé con entera seguridad
que los bohemios lo intentarán todo para que Odette
salve la frontera.
—¿Entonces?
—Pues como amigo íntimo de un elevado funcionario
de la Administración Central, le he suplicado que por
teléfono comunique órdenes al efecto, recomendándole
que se lleven a cabo estas órdenes con la mayor discre-
ción, a fin de que en lo posible los bohemios no re-
celen...
—Por primera vez me tranquilizas un poco, Roule-
tabille.
—De modo que ha cuatro días se detiene en la fron-
tera todas las carretas que intentan pasar...
—¿Y nada se ha hallado?
—Ni se hallará.
—¡Ahi Ya, ya te reconozco... Pero, cabeza a pájaros,