200 GASTÓN LEROUX
El rostro de la señora de Meyrens reveló la más viva
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1 satisfacción.
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3 —iSeñor juez de instrucción! ¡Señor escribano! ¡Ah!,
entonces... pueblo hablar..., estamos en familia. He aquí
lo que le iba a decir, señor director...; pero... entiéndase
bien... ¿estamos?... le confío un secreto de Estado en pura
1 verdad—agregó con seductora sonrisa—. Pues bien... (y
miró hacía la puerta como si quisiera cerciorarse de que
no se podría sorprender sus palabras), pues bien: no
soy en rigor una antropóloga..., y si le traigo este volan-
te oficial, señor director, es, sencillamente, para ponerle
a usted a cubierto, como dicen ustedes en la administra-
ción, y para que no padezca el reglamento... He aquí, se-
ñor director, lo que soy.
Y sacó del seno un sobre que alargó al señor Mathieu.
Este sacó del sobre importantes documentos, entre
ellos un pasaporte con la fotografía de la señora de Mey-
rens, y otros que llevaban la cabecera del servicio de la
Seguridad general. Mezclada con ellos iba una carta re-
ciente del director de Seguridad que, al parecer, causó
en él gran efecto. Presentó esta carta al señor Crousillat,
diciéndole:
—Ea, señor juez; usted, que va buscando un choto... ya
lo tiene usted.
—Esta vez será chota—repuso la señora de Meyrens—.
No, no se dice así... ¿Cómo se llama a la hembra del car-
nero? ¡Ahl, sí... oveja... ovejita... seré su ovejita.
Resultaba de los documentos auténticos que estos se-