GASTÓN LEROUX
permanecerás en Lavardens y no te moverás... hasta que
yo te diga. ¿Comprendido? ¿Lo has entendido bien?
—Perdóname—le dijo Juan llorando y tendiéndole la
mano...
—Te perdono, imbécil.
Le abrazó con la rapidez de una bala, le dejó plantado
en la calle y echó a correr veloz como el gamo. No obs-
tante, se volvió al doblar la calle desierta, para espetarle:
—Y ya sabes: si ves a El Pulpo, no le digas dónde
he ido.
Cinco minutos más tarde, ¿quién hubiera podido decir
adónde Reuletabille se encaminaba?