ROULETABILLE Y LOS GITANOS 235
ros al patio; Fantán, terror de los celadores (se había es-
capado siete veces); bastaba que dijese en alta voz «ten-
go ganas de largarme», para poner en conmoción a todo
un establecimiento penitenciario... Arigonde, el genio del
disfraz... Frégoli era a su lado una criatura... Poned a
Arigonde ante un payaso, por ejemplo; imitará sus cabe-
llos, sus patillas, desfigurará las señas peculiares que
permitan reconocerle y se pondrá su traje, cualquiera que
sea, antes que el bufón profesional se haya quitado la
corbata... Yo conocí mucho a Arigonde...
—¿Fué periodista?—preguntó Cornouilles...
—No, sino empleado de una agencia policiaca que
cometió la injusticia de no pagar bien sus” talentos... En
fin, allí estaba Cheri-Bibi, el más célebre de todos.
»En cuanto éste supo que allí se habian congregrado
los cinco, ideó gastar a la Administración la broma de
fugarlos en bloque.
»Cheri-Bibi tenía siempre concomitancias con el exte-
rior. Tal día a tal hora una lancha esperaba a los forza-
dos en una ensenada, desgraciadamente muy lejos de la
«corte salvaje», desde la cual era fácil el salto al conti-
nente. En los alrededores del fuerte tenían abierto en la
roca un cazo, como ellos decían, o escondite, trabajo
realizado de noche y en el cual cazo tenían guardados a
prevención uniformes de marino, sombreros de piel y
chaquetillas, prendas que habían de vestir apenas fuga-
dos de la Colcnia para ir al paraje donde les aguardaba
la lancha, La fuga sólo podía realizarse en pleno día.