ROULETABILLE Y LOS GITANOS 263
nidas. Entretanto, como casi siempre, sólo podía contar
consigo mismo.
No le inquietaba mucho la llegada, para él inminente,
de Andrés y Calixta al campamento de los bohemios.
Podían ya estar tranquilos; debían de suponerle descala-
brado, si no muerto, después del lance del tren; hecho
papilla por el convoy subsiguiente. En todo caso se
creían ya libres de Rouletabille por mucho tiempo.
El repórter se llenó de pertrechos y cargó el revólver.
Procuraba no apoyarse en el pie izquierdo, que de nuevo
le dolía, y se percató con espanto que sólo valiéndose
de un pie podía acercarse al campo, que quería vigilar
de cerca.
En este momento pasó bajo la ventana el pastorcillo,
con cuya ayuda pudo llegar al mesón. Abrió la ventana,
le llamó y le dijo que le daría espléndida recompensa si
ojo avizor no perdía detalle de cuanto hicieran los bohe-
mios y le avisase al menor movimiento de levantar el
campo. Tranquilo por este lado, se frotó el pie y empezó
a fajárselo con fuerza.
Entonces fué cuando desde fuera, y con violentos gol-
pes, llamaron a la puerta del mesón.
Fué a.rastras hacia la ventana y miró. El hombre que
golpeaba a la puerta iba envuelto en un gran capote y
calaba la cabeza con un fieltro de anchas alas. Rouleta-
bille se estremeció. Le sugirió el instinto que aquella
nocturna llegada del desconocido no era extraña al dra-
ma que le había a él llevado también a New-Wachter. Re-
|
|
!
|]