274 GASTÓN LEROUX
traerla? ¿Y las danzas del atardecer? ¿Y las canciones
al son de las guitarras? ¿No era acaso su adorada reina?
— No llores! ¡No llores! Allá abajo una gran sorpresa
te espera... Ante ti las puertas se abrirán y a tu paso no
verás más que cabezas inclinadas.
Las dos hablaban a la vez. Odette respondía a sus ca-
ricias asiéndola y repitiendo por milésima vez que que-
ría volver a Lavardens; la vieja hechicera seguía imper-
térrita su profecía, absorta en un éxtasis que la tornaba
insensible a los ultrajes de la niña.
Súbitamente bajó del trípode, porque se oyó la voz de
Calixta y el tumulto se reanudó con mayor furia en torno
de la carreta.
Zina recomendó a Odette que no se moviera y bajó;
pero Odette corrió al punto a su observatorio y hasta se
arriesgó a entreabrir la ventanuca de la guardilla con la
esperanza de aprehender algunas palabras que le reve-
lasen el significado de la inopinada agitación de los
bohemios.
En el fondo de su alma se preguntaba si acudían qui-
zás a libertarla. Esta era su obsesión, el pensamiento
único que de noche la despertaba con sobresaltos y
abría sus oídos a todos los ruidos misteriosos de la cam-
piña. ¡Ah! ¡Cuándo se vería libre de aquella horrible pe-
sadilla! Y he aquí que de pronto una palabra escapada
de labios cíngaros viene a herir su oído: <¡Rouletabillel»
Por poco no lanza un grito: ¡tan fuerte fué la sor-
presa!
par