50 GASTÓN LEROUX
En cuanto Alari reparó en el cacho de tela, exclamó:
—Pero si es la corbata del señor Hubert.
Y otros del grupo repitieron:
—Si, sí; es la corbata del señor Hubert.
—¿Estáis seguros?— preguntó Juan con voz enron-
quecida.
—¡Ah!, seguro estoy, seguro—repitió Alari levantándo-
se—. Y el tío Javán está también seguro. ¿Cómo no di-
ces nada, Javán?
—Porque esto va siendo una de esas cosas que no me
conciernen.
-¿Qué te concierne, pues?—preguntóle bruscamente
Rouletabille.
—IMi jardín! — repuso aquél—; seguramente hubiera
hecho mejor esta mañana permaneciendo en mi jardín.
— Esto no hubiera evitado que tu amo cometiera un
asesinato—rugió Juan.
Y todos se echaron tras de Juan hacia la propiedad de
Hubert; se destacaba entre todas la voz del viejo Alari,
que repetía:
—Bien lo dije, bien lo dije. «|—Como un bandolero en
el bosque!»
Rouletabille no siguió a aquel tropel. Al contrario, una
vez examinado rápidamente todo en torno del cadáver,
echó a andar en dirección opuesta, esto es, por el lado
de Caston-Nou.
En el vestíbulo topó con Estefanía, la camarera, que
subía de la cocina llevando en una bandeja el almuerzo