GASTÓN LEROUX
Esta bufanda, hallada en el jardín del señor de Lauriac,
prueba que él y la señorita Odette se entrevistaron... Todo
confirma que el señor de Lauriac es culpable del rapto
de la señorita Odette, y todo corrobora que lo es del ase-
sinato del señor de Lavardens. Ya no nos queda otra ta-
rea que la de disponernos a detener al señor de Lauriac.
¿Qué piensa el señor de Rouletabille?—acabó diciendo
el juez, satisfecho de exponer conclusión tan clara, basa-
da en argumentos tan sólidos, ante el célebre repórter,
harto conocido por todos en Arlés y en Santas Marías.
—El señor Rouletabille - piensa—replicó el repórter-
que usted podrá quizá detener al señor Hubert de Lau-
riac, pero ¡nunca detendrá al asesino!
—¿Cómo? ¿Que no detendremos nunca al asesino?
—No, no le detendrá de ningún modo, pues de ningún
modo le descubrirán ustedes.
—Según usted, ¿no lo es el señor Hubert?
—¡Usted dice que todo lo prueba! El pedazo de cor-
bata en las manos crispadas de la víctima no prueba que
el señor de Lauriac sea el asesino, como la bufanda ha-
llada en su jardín tampoco prueba que haya raptado a la
señorita de Lavardens...
—Rouletabille está loco —gritó Juan—; pero, en fin, da
qué defender a ese miserable, acusado por todo el
mundo?
—Precisamente porque todo parece delatarle.
Pero Juan, exasperado:
“—Tú-—le dijo —no quieres nunca compartir el parecer