A AAA A
peces
GASTÓN LEROUX
tenaz, y al conjuro de una fuerza sobrenatural salían
como lanzadas de su espíritu, para que las viera con ma-
yor brillantez, y danzaban, como aquella noche, ante sus
ojos deslumbrados y el espanto de su rostro; porque
aquella noche había oído el nombre de la ciudad maldi-
ta, había visto de nuevo a la gente de «Lever-Jurn», sus
Caras sombrías, sus ojos de jade, sus gestos de maldi-
ción y ¿acaso aquella noche se estaba ya cumpliendo la
profecía? ¿Acaso caminaba ya por la senda del castigo,
cuyo término sería la muerte?
Ciertamente, ciertamente esa tropa había suscrito un
pacto con el diablo... ¡con su debla!
Todo lo que le había ocurrido no tenía nada de natu-
ral, nada ciertamente...
Primero le habían cambiado« a su Odette». No la cono-
cía. ¡Era suya cuando se fué, «suya»! ¿Por qué maleficio
no puso en él los ojos después del regreso? ¡Y cuánto
luego hubo acontecido! ¡Todo se revolvía contra él de
modo extraño! ¡Y esta noche condenada en que en vez de
Odette apareció el padre! ¡El padre, hallado muerto al día
siguiente! Asesinado, ¿por quién? ¿Por quién? ¿Por
quién? Por él... por él quizás... ¡No sabia de ello nada! Ne-
gaba con toda la fuerza de su ser, negaba con todo su
deseo que hubiese matado, pero no con toda su convic-
ción... ¡Nada sabía de ello!...
Él, tan listo, tan astuto, que a fuerza de manía tran-
quila y modosa llevó a no pocos al atolladero, veíase de
pronto como poseso. Y vió visiones... esto es, no vió