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94 GASTÓN LEROUX
buirle la comisión de un atentado tan odioso como el que
Rouletabille por sospechas le achacaba. No era posi-
ble que olvidase cuanto Juan hiciera por ella, y, en suma,
después del último regalo que le aseguraba el porvenir, y
que había aceptado, ya no tenía de qué reprocharle. Ca-
lixta vino a Santas Marías sin ocultarlo y comunicando
de antemano a sus criadas el objeto de. su viaje. Cuanto
Rouletabille se imaginaba era pura novela. Juan hizo la
descripción de Calixta al hostelero, el cual repuso a
Juan, dejándole asombrado, que aquellas señas concor-
daban con las del visitante. En primer lugar, la seño-
ra de que hablaba era morena, y la que había venido,
rubia.
Juan, pasmado, se abstrajo un momento, y súbitamen-
te pasó un pensamiento cual rayo por su espíritu.
-¿Esa señora tiene los cabellos cortados y caídos so-
bre la frente?
-- Sí, señor; esta vez acierta.
Juan se aproximó al hostelero.
— ¿Llevaba la carta sobrescrito?—preguntó.
Como el posadero parecía acogerse a la discreción,
Juan le dijo de rondón:
—¿Esa carta iba dirigida a la señora de Meyrens?
El hostelero dijo con un gesto que sí.
Salió de allí Juan con el espíritu cada vez más con-
turbado.
—¿No es posible ya zafarse de esta terrible mu-
jer?—se decía—. ¿Qué podemos esperar de ella en tales