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porque Ganzúa siempre los tenía presentes); de
la pesadez de los tributos; de la poca cantidad y
pésima calidad de las cosechas; y hasta tenía
cierta inquina contra sus difuntos progenitores,
por haberle bautizado con un nombre de diez le-
tras, lo que suponía un derroche de tiempo en la
pronunciación y de tinta en la escritura. Bien es
verdad que él procuraba remediar todos estos ma-
les que motivaban sus quejas; porque si los tiem-
pos eran malos, él daba un empujoncito al inte-
rés del dinero; si le pagaban en trigo de calidad
menos que mediana, éste era el que él prestaba
para la sementera siguiente; si los tributos cre-
cían, él se ingeniaba para que su caudal menguase
en apariencia; y si en la pila bautismal le habían
llamado Gumersindo, él se firmaba simplemente
G. y se ahorraba nueve letras. Y aún pensó en
abreviar también el apellido, pero, aparte de que
dudó de la eficacia probatoria de una firma tan
comprimida, le contuvo el temor de que si al pie
de una carta conminatoria ponía G. G., el desti-
natario pudiera interpretar esto como una risilla
de buen humor y se desnaturalizase así el grave
contenido de la epístola. Decidió que si firmaba
Ganzúa, nadie dudaría que se tratase de él; y hay
que convenir en que estuvo acertado. -
Don G. Ganzúa era un hombre alto y flaco; su
innata tendencia expansiva y dominadora se ha-
bía manifestado físicamente en un alargamiento
excesivo de la persona; pero su otra tendencia,
la ahorrativa, se manifestó en el ahilamiento y casi
diafanidad de su cuerpo. De la combinación de
ambas fuerzas, el señor Ganzúa fué la resultante :
una antena con ciertas reminiscencias humanas y
con una abultada cartera de pagarés.