—Le importan a la autoridad.
—Pues que perdone la autoridad, porque no los
recuerdo.
—Yo te avivaré la memoria; pero sepamos an-
tes: ¿qué ha pasado?
—Que le he tirao a ese trompo un vaso a la ca-
beza.
—¿Que te ha tirado...?
—NOo; que le he tirao yo a él.
—¡Ah! Te habrá provocado; por supuesto.
—Verá usté, señó alcarde. La verdá es qu'he sío
yo el provocaor, pero es que a uno le sigue er
sino negro por toas partes. Siempre acorralao como
las fieras, sin dejarle a uno un respiro pa vivir...
—Pero tú, que eres joven, ¿por qué no tomas un
oficio decente? ¿No tienes padres?
—¡Padres! No los recuerdo. Yo he vivío hasta
hase dos años con una familia de mineros que me
recogió de pequeño, He sufrío mucho. Cuando
murió mi madre, mi familia /postisa estaba de
paso en er pueblo, en busca de trabajo. Les dió
lástima de mi soleá y me recogieron, porque mi
padre hasía ya tres años que había desaparesío der
pueblo y no daba cuenta de sí,
—¡Qué tragedia! — exclamó el Secretario —.
Sigue, chaval.
—Pocos meses después, me llevaron mis protec-
tores a unas minas de la Sierra, aonde iban a
trabajar. Y allí he vivio. Pero ahora querían que
yo también fuese minero, y como yo me negaba,
porque ese ofisio no es pa mis gustos, me mataban
a palos. Hasta que un día, cansao ya de aguantá,
me eché a rodá po er mundo, y así voy, pasando
miserias y aguardando tiempos mejores.
—¿Y no se ha vuelto a saber de tu padre?
VAMMAIWMMAMAMAMMAAAAAAMAAAMAAAMA MAMA
74