—Eso es que no has dado todavía con nadie que
te guste.
—|¡Qué val No es eso.
—Entonces, ¿qué es?
—Es la violencia de la primera vez. Yo creo que
si me acostumbrara, después ya no me daría ver-
gúenza. Pero así, de repente, en frío..., con un hom-
bre a quien no se conoce, sin amistad, sin simpatía,
sin trato... Es muy fuerte, muy duro, don José.
Don José se reía.
—Vamos, tú quieres comenzar por la segunda.
Eres como el alcalde de aquel pueblo que al anun-
ciar los festejos de feria redactó en el bando: “En
vista de que los forasteros no suelen concurrir ge-
neralmente a la primera corrida, este año se empe-
Zará por la segunda. No, hija mía, eso no puede
ser; hay que empezar por la primera.
Amparito insistía:
—Y o no puedo. Yo no me puedo ir con un
hombre a quien no conozco, a quien no he visto
nunca y que no sé quién es. —Hizo una pausa y
sin alzar los ojos del tapete: —¿Sabe usted con el
único con quien yo me decidiría?... Con usted.
Fué la proposición tan imprevista, due a don
José se le cayeron los lentes. ,
—|¡Pero, chiquilla! ¿Qué dices?
Ella continuó muy encarnada:
—Por lo menos a usted ya le conozco. Face
dos meses que le trato; es usted muy simpático y
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