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preciso. Al principio Paulino protestaba indignado
contra aquella desigualdad, due achacaba a tacañe-
rías de su mujer; después, al darse cuenta, lo so-
“portó con el alma dolorida, enternecido de agrade-
cimiento, y al cabo terminó por habituarse, con ese
egoísmo característico y peculiar de los enfermos
deshauciados. Los chicos, que iban siendo ya gran-
des, callaban resignados, fortalecidos en su sacrificio
con el heroísmo ejemplar de la madre.
Y al fin un día llegó en que, a pesar de todos
los cuidados, sobrevino la tragedia temida. Una
tarde Paulino no pudo levantarse de la cama; se
duedó en ella y de ella no salió hasta quince días
después, en que le llevaron al cementerio. Merce-
des tenía veintiún años, Federico diez y ocho y
Teresa catorce. Federico había aprobado el prepa-
ratorio de Medicina; las muchachas tocaban el pia-
no, chapurreaban el francés y bordaban primoro-
samente. Teresita salió del colegio y las dos se
pusieron a bordar para tiendas. Federico, tras mu-
chos llantos, muchas rabietas y no pocas vacilacio-
nes, se determinó a abandonar definitivamente la
carrera, demasiado costosa, y hacer oposiciones a
Correos. Quedó en expectativa de destino. En
estas condiciones transcurrieron quince o diez y seis
meses, durante los cuales se fueron consumiendo
los escasos ahorros. A' Mercedes le salió un no-
vio, chaufleur, empleado en una casa pÍrticular, un
chico guapo, de porte distinguido, del cual se ena-
ra