desencajado, lívido.
—¿Cuándo se ha ido Consuelo?
Las muchachas vacilan.
—Pregunto que cuándo se ha marchado- repite
imperioso y enérgico.
Teresita, resuelta:
—Ayer tarde en cuanto usted se fué.
—¿Y en dónde está?
—Ah, no sabemos nada. Nosotras no sabemos
nada.
—Algo les diría a ustedes.
—Nos dijo que “Lasta luego”... nada más.
Felipe las mira de alto abajo y $e marcha otra
vez. Teresa y Amparo se inclinan sobre los basti-
dores y fingen abismarse en la labor. Lo fingen,
porque ninguna puede hacer nada. Les tiembla el
pulso y no saben atinar con la aguja. De han puesto
nerviosísimas. Vuelve Felipe Y se encara con ellas. -
—Bueno; yO me marcho ahora mismo y no quie-
ro que aquí se quede nadie. Conque ya lo sabéis:
a recoger la ropa y a la calle. Ya estáis las dos pi-
tando. ¡Hale, largo de aquí! — Y como no se mue-
ven, repite: —¡Pero no habéis oído!
Las chicas bajan la cabeza y se van a su alcoba.
Pasan cinco minutos. Vibra de nuevo la voz áspe-
ra y seca de Felipe.
—¿Qué? ¿Estáis ya listas?... Pues andando».
¡Hale!... ¡Vivo! ¡A la calle las dos!
e
En electo, a los pocos minutos vuelve el hombre”